miércoles, 27 de octubre de 2010
Breve reflexión sobre Zújar
Ayer, en el diario granadino "Granada Hoy" apareció un artículo sobre Zújar, dentro de su sección La Granada de siglo XXI, donde aparecen una serie de reportajes sobre diversos rincones de la provincia, en el que se hace referencia a ciertos aspectos de Zújar. Además de hacer una rapídisima revista a su situación económica, el discurso de este artículo se ve salpicado de una acentuada visión turística que compagina los intereses y gustos de nuestros dias (el paisaje, las actividades de ocio en el medio natural, etc.) con aquellos tópicos extraidos de la propia identidad cultural, que acaban formando parte de los simbolos y mitos de la propia identidad de Zújar. Se produce así una mezcla entre la visión externa (del antropólogo) y la interna (procedente de los propios habitantes de Zújar). El sector turísticoo que siempre se apropia de las peculiaridades culturales y patrimoniales de un territorio y de su población, con el fin de ofrecer destinos únicos, diferentes, ha influido en esta mirada.
Pero, realmente ¿es Zújar así? No hay duda que Zújar es una construcción cultural en la historia. Su propio paisaje está firmemente humanizado, acomodado a los usos de su población, donde aparecen como elementos centrales el Cerro Jabalcón y el paraje urbano. Inmediatamente, el discurso se apropia de esos hitos geográficos y humanos y vende el Jabalcón como medio potencial de actividades de ocio, de posibilidades de panorámicas inverosímiles, que se complementan por una adquisición reciente e inexplorada: el pantano. También surgen las casas cueva, como elemento consustancial de nuestro patrimonio, que queda reducido a la carga emocional que representa el paraiso perdido del mundo rural. Pero el lenguaje turístico, además, reduce la compejidad de nuestro territorio y de nuestra sociedad, simplificando el mensaje para hacerlo facilmente asimilable por el lector y así empaquetarlo como destino, comprimiéndolo hasta que sólo quedan las Fiestas de Zújar como elemento tradicional explotable turisticamente.
Queda así una Zújar disfrazada de pandereta y fiesta, de asueto y butibamba, muy virtual ella, como el mundo que nos rodea. Esto es peligroso para nosotros, habitantes de nuestra querida Zújar, porque simplicar significa deshechar, desvalorizar aquello que queda fuera del catálogo turístico. Nuestros paisajes, evidentemente, integran el Negratín y el Cerro Jabalcón, pero también las estribaciones del valle del guadiana menor, su red de barrancos, y ramblas, sus otros cerros (Morrones, Jaufil, etc), su paraje agrícola tradicional de bancales y hazas y sus modernas explotaciones (invernaderos). Y nuestro pueblo no es sólo una abigarrada amalgama de casas cueva, también son los barrios tradicionales, con sus edificios que aguantan como pueden los embates de la historia, que muchas veces sólo deja magros vestigios y recuerdos, junto a las nuevas urbanizaciones y a las modernas infraestructuras y edificios. El patrimonio inmaterial, aquel compuesto de nuestra tradición no puede reducirse a nuestras fiestas, que muchas veces se queda en la iconografía estética o en la explosión de nuestra famosa romería. Es algo más, es un conjunto de rituales y modos de vida en permanente transformación.
¿Dónde queda esa pluralidad de luces y sombras? ¿Cual es la parte de sus gentes, de sus anhelos, frustaciones y esperanzas? Parece mentira que aun debamos insistir que somos productos de nuestra propia historia, de nuestra experiencia vital, y que Zújar, lo que se dice Zújar es un conjunto diverso de Zújares, pue no hay una sola, sino muchas. Unas imaginadas, otras construidas. Y es ahí donde radica nuestra autética riqueza, nuestra identidad
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